domingo, 16 de octubre de 2016

UN PUNTO EN EL MAPA

Una especie de “casting” para un juego de negocios, negocios culturales pero negocios, ha colocado a un par de amigos en la terraza de un hotel con vistas sobre la ciudad, la bahía tranquila posa, incomparable quizás, en la luz otoñal, el casco urbano con sus hitos arquitectónicos se extiende y esconde entre sus colinas, esos momentos en que se hincha el pecho del aire donostiarra.
- La ciudad de las siete colinas y los diez mil taberneros -comenta Jon Galtzagorri chupando su electrónico chupete para inhalar sucedáneos de cancerígenos tan necesarios como la vida-, con su obsesión de ser algo más que un punto en el mapa.
- La Quincena Musical, el Festival de Jazz, la Clásica Ciclista, el Festival de Cine, la Real… hace tiempo que Donostia es algo más que un punto en el mapa -el Marqués de Altamira le pasa el agua mineral con gas y rodaja de limón-, y dentro de poco ¡Hasta el rey de Tonga va a querer venir a darse una ronda de “pintxos” por lo viejo!
- Pero después del error de la Capitalidad Cultural Europea ¡Este “anus horribilis” que estamos pasando!
- “Annus”, con dos enes.
- Ya lo sé pero, para mí, este 2016 ha sido en Donostia un “anus horribilis”.
- Lo pasado pasado está. Hay gente con iniciativas que harán olvidar este año de gastronomía hasta el empacho y de perfomances delictivas, entre algo de buen teatro y de buen ballet… Además a nada que la Real no bajé a segunda y que le den otra estrella michelín a un merendero, los donostiarras os dedicaréis a preparar la tamborrada sin mirar para atrás y tan contentos.
- Mientras que los líderes no se aclaren si quieren para nuestra cultura el modelo Lizarza o el modelo Londres, esto, este barrio de la capital de Euskadi que sigue siendo Bilbao, va ser un continuo zigzag hasta marear a los que se interesan por algo más que la pitanza a precios de arte contemporáneo o por el menisco de un chico que corre bajo el nivel freático de Anoeta.
- A lo mejor nos es mala idea convertir la Tabakalera en la mejor sucursal del Guggenheim y, como sobra sitio, en la mejor sucursal del Museo del Prado.
Una amable azafata, alzada sobre unos espectaculares zancos en forma de zapatos, anima a entrar en varios idiomas a los que remolonean por la terraza.


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