viernes, 13 de enero de 2017

LA PREYSLER JUGABA AL RUGBY



-          -¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste? –Galtzagorri reflexionaba un día ya lejano, viendo llegar al entrenamiento a una joven mujer en traje de ejecutiva, zapatos de tacón, maquillada y con unas gafas a juego con su elegancia, solo la gran bolsa de deportes que llevaba era indicativa de que venía a sumarse al equipo-. Claro, al rugby también juegan las chicas y todas tienen algún puesto en el equipo pero…
Unas semanas más tarde, aquella chica ocupaba un puesto indiscutible en la alineación de aquel desaparecido equipo femenino, los prejuicios de Galtzagorri habían desaparecido de su pensamiento ante la entrega en la preparación semanal –a veces inevitablemente aburrida-, de los partidos y la pasión que durante los ochenta minutos de juego ponía.
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Si tienes miedo de hacerte daño, te harás daño –Se le oía decir a veces a alguna otra jugadora-, ahora a jugar, las pupas te las curarás luego.
En el equipo le pusieron un sobrenombre: “La Preysler”. Muchas veces llegaba del trabajo directamente al vestuario y vestida como la reina filipina del marketing social pero, en cuanto se desprendía de su “buzo de trabajo” de marca, pasaba a ser la rugbier que se ponía a placar, cargar, empujar en los mauls, arrancar balones en los rucks, a correr esquivando…     Parecía querer sacar de su cabeza las cosas malas de la vida profesional mediante el rugby y lo conseguía,  la sonrisa impasible de quien, por ser mujer, tiene que demostrar cada minuto su valía en el mundo reaccionario de la empresa, esa sonrisa que esconde lo que se piensa del baboso de turno, esa sonrisa se transformaba en la alegría desbordada del tercer tiempo colectivo, donde el respeto, la convivencia y la hermandad vienen a cerrar el encuentro.


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